Colombia: La hora de frenar la deforestación

Tuesday, 15 November, 2016 - 09:41

Detener los altos índices de tala es una tarea que el país tiene pendiente. Después de la cumbre de París, los esfuerzos deben ser mayores si se quiere cumplir con los acuerdos pactados y liderar la lucha contra el calentamiento global. En 2014 fueron arrasadas más de 140 mil hectáreas.

En noviembre de 2014, el brasileño Antonio Nobre, uno de los científicos que más han estudiado de cerca la Amazonia, presentó un estudio que recopilaba las 200 investigaciones más importantes sobre esta gran selva. Con su compendio quería advertir, como tantas veces lo había hecho, la importancia de esos bosques en la vida de los humanos. “Tenemos que hacer un esfuerzo de guerra para salvarlos y unirnos como se unieron los aliados en la Segunda Guerra Mundial”, sentenciaba.

Su preocupación era simple: de aquella gran maraña de ramas dependía el equilibrio del clima planetario. Para explicarlo, daba un ejemplo claro. Cada árbol grande, con una copa de diámetro de unos 20 metros, bombea a la atmósfera mil litros de agua en forma de vapor. Y si se tiene en cuenta que en el Amazonas hay cerca de 600 mil millones de árboles, eso querría decir que todos juntos lanzan 20 mil millones de toneladas de agua cada día.

Por eso, la gran preocupación de Nobre era el ritmo frenético con el que esa gran selva estaba siendo devorada. En los últimos 40 años se habían tumbado dos mil árboles por minuto, es decir, 763 mil kilómetros de bosque. Algo así como una superficie equivalente a dos veces Alemania.

Entre esos alarmantes registros Colombia siempre ha jugado un papel esencial. En 2014, el 45 % de la deforestación nacional estuvo concentrado en esa selva. Más de 63.200 hectáreas fueron derribadas a punto de hacha, serrucho, machete y maquinaria pesada. Y eso representa un mal que está agobiando al planeta si se tiene en cuenta, como dice Cristian Samper, director de Wildlife Conservation Society, que la tala de bosques produce el 15 % de las emisiones de gases en el mundo. Más o menos lo mismo que genera, con todo su humo, el sector de transporte.

Esa, quizás, es una razón suficientemente contundente para que este año el país empiece a pensar distinto en materia ambiental. Los altos índices de tala ilegal han sido un reto que las autoridades han dejado pasar por alto durante mucho tiempo sin prever sus graves consecuencias.

Pese a ello, este 2016 arranca una pizca de esperanza: el acuerdo que se logró en la Cumbre del Clima de París, es un indicio de que Colombia debe marchar por un nuevo camino. La muestra más clara es que están en juego US$100 millones que Noruega, Alemania y Reino Unido están dispuestos a pagar si en cinco años somos capaces de reducir a cero la tasa de deforestación en la Amazonia. Esa estrategia, por lo menos, parece abrir puertas a compromisos más serios que debieron arrancar a implementarse apenas se cerró el 2015.

La tarea no es fácil. Como tampoco lo es la meta de reducir de aquí a 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 20 %. Pero si queremos contribuir a ese gran desafío que es frenar el cambio climático y evitar que la temperatura del planeta se eleve en 2 grados centígrados, el primer obstáculo que debemos sobrepasar es ese: la tala de todas nuestras selvas. No hay una que no alarme: en el área andina, por ejemplo, más de 33.600 hectáreas desaparecieron de un tajo en 2014. Esa cifra, en todo el país, fue de 140.356 hectáreas, 16 % más que el año anterior.

Esa es la razón por la que ese desafío es, tanto para Cristian Samper como para Manuel Rodríguez, ex ministro de Medio Ambiente, el frente común en el que Colombia debe unir fuerzas en 2016. Claro, y la puesta en marcha de la estrategia de reducción de emisiones con los respectivos sectores. Pero aunque las firmas, los acuerdos y las palabras llenan a todos de expectativas, también es cierto que en medio de ellas hay contradicciones atravesadas. Una de las mayores, dice Rodríguez, es que mientras se promete pelear por cumplir ese objetivo, también, por otro lado, se promociona una política de extracción de minerales en varios departamentos. Entre ellos, el Amazonas.

A sus ojos no resulta muy claro que desde las tribunas parisinas Colombia se muestre como un líder en la lucha contra el cambio climático y aquí, internamente, flexibilice la legislación que protege el medio ambiente. El impopular decreto de las licencias exprés es, tal vez, una buena muestra de ello. El otro buen ejemplo es que al tiempo que las potencias se unen para reducir la explotación y uso de carbón como fuente de energía, las políticas colombianas apuntan a impulsar la búsqueda del mineral.

Son paradojas que el país tiene que repensar con honestidad si quiere adaptarse a lo inevitable. Y este año es la última oportunidad para empezar a hacerlo. Ya los meses finales de 2015 lanzaron de nuevo sus campanazos: desde el miércoles pasado, cerca del 80 % del territorio nacional está en alerta roja a causa de los incendios forestales. Además, el Magdalena y el Cauca, las dos principales arterias hídricas que atraviesan a Colombia, han llegado a niveles críticos. El primero no se veía con un caudal de 45 centímetros desde hace más de cuatro décadas.

Es cierto que cada vez esta visión parece más apocalíptica y, quizás por eso mismo, muchos parecen aún no dimensionar los alcances de los cambios del clima. Pero en sus justas y verdaderas proporciones, de él debería depender la nueva ruta de desarrollo por la que quiera ir el Gobierno. Ya es hora de que dé un paso concreto.

La deforestación en cifras

100 millones de dólares darán Alemania, Noruega y Reino Unido si en cinco años Colombia reduce a cero la deforestación en la Amazonia.
140.356  fue el número de hectáreas deforestadas en 2014 en Colombia.
16 por ciento fue el porcentaje que aumentó la deforestación en 2014 en comparación con 2013.

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