Corporaciones: ¿cómo podrían ayudar a producir agua en los Andes?

Wednesday, 23 November, 2016 - 08:18

El 20 septiembre pasado el gobierno peruano anunció la puesta en marcha de “Sierra Azul”, un programa que promete impulsar la “siembra y cosecha” de agua en las cabeceras de cuencas de zonas altoandinas y en la selva alta. Así, busca retomar y mejorar técnicas hidráulicas ancestrales heredadas de pueblos indígenas como los incas, que suponen captar el agua de lluvia y acumularla en lagunas e infiltrarla en el suelo.  Estas lagunas, conocidas como “qochas” en quechua – el idioma local – se construirán en depresiones naturales del paisaje, con pico, pala y materiales autóctonos (como maleza y rocas). Para potenciar su capacidad de infiltración, se complementarán con plantaciones forestales de especies nativas y otras obras, como zanjas de infiltración, acequias y diques.

En un contexto de cambio climático global, en el que científicos pronostican un ascenso de 3ºC de la temperatura en los Andes hacia 2100, con menos lluvia en las temporadas secas, menos noches heladas, más brillo solar y, por lo tanto, mayor evapotranspiración (y requerimiento de riego en los cultivos), la implementación de esta técnica alienta la esperanza de las poblaciones de altura más pobres y aisladas. Es que supone generar una mayor disponibilidad hídrica superficial y subterránea (en los acuíferos) a mediano y largo plazo. Esto se traduce en mayores oportunidades para el desarrollo económico y tranquilidad social.

La ingeniera agrónoma Carolina Israel, funcionaria del Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri), tuvo en sus manos la tarea de elaborar el perfil técnico del Proyecto de Inversión Pública (PIP) que abraza esta propuesta. Con el título “Mejoramiento de la Disponibilidad, Acceso y Uso de agua para la agricultura familiar en microcuencas andinas y de selva alta”, el PIP crea una figura que podría marcar un antes y un después en la gestión del paisaje de montañas en Perú y el mundo: el territorio hídrico productivo, un espacio dedicado a la producción de agua y actividades rentables asociadas. Este PIP, cuya factibilidad comenzará a ser evaluada este mes, se implementaría en 16.000 hectáreas en microcuencas de 8 departamentos del Perú. Según el perfil técnico, supondría una inversión US$63,5 millones, de los cuales US$40 millones estarían condicionados a créditos externos. El Estado asumiría la contrapartida.

Experiencia ancestral mejorada

La idea no es nueva. En efecto, en Perú los esfuerzos estatales por cosechar y sembrar agua en los Andes existen desde hace unos treinta años. Fueron impulsados en los 80 en las zonas más pobres del país a través del programa que promovía la forestación y riego tecnificado y en los 90, por otro, a través de la construcción de zanjas de infiltración. “Cada programa tiene su ubicación en los tiempos históricos”, dice Jan Hendriks, consultor holandés en temas de agua en los Andes, y explica que ninguno prosperó porque faltó transferir conocimientos a las poblaciones locales.

Israel tomó en cuenta estas lecciones aprendidas para elaborar el PIP. En efecto, para hacerlo también revisó los resultados de 15 experiencias recientes en siembra y cosecha de agua sistematizadas por el Minagri. Este informe demuestra una realidad en curso: las comunidades ya iniciaron un proceso de apropiación de la tecnología ancestral. Flavio Valer, asesor en respuestas adaptativas del Programa de Adaptación al Cambio Climático (PACC), financiado durante los últimos ocho años en Perú por la Cooperación Suiza para el Desarrollo, lo constata.

Con más de 10 años de trabajo en el tema, el zootecnista cuenta que existen iniciativas de siembra y cosecha con diferente grado de complejidad en la sierra. Él mismo lideró la implementación de 136 qochas con capacidades de entre 220 m3 y 5.600 m3 en comunidades de altura de Cusco. En Junín, dice, desde hace 16 años se implementan cochas para cosecha en laderas de quebradas. También se han construido en Apurímac, siguiendo las consignas del PACC; y en Puno, donde son esenciales para la cría de alpacas. En esta región del sur del Perú, donde existe alrededor del 50% de la población de este camélido sudamericano, la sequía acentuada por el cambio climático amenaza la existencia de bofedales, donde el ganado come pasto y toma agua.

Alex Montufar, asesor del Municipio Provincial de Puno, dice que en los últimos 15 años los bofedales han disminuido su capacidad entre 30% y 50%. En ese contexto, gracias a su potencial de infiltración hídrica, las qochas se han convertido en una solución, ya que han permitido mantenerlos húmedos. Para el productor de alpacas la recuperación de una hectárea de bofedal significa disponer de lana y carne de hasta 8 alpacas más por temporada, apunta el funcionario. “Lo que queremos hacer es infiltración”, enfatiza y precisa que están presupuestando un módulo piloto para trabajar la técnica en 4 distritos de la provincia.

El gobierno regional de Cusco también ha puesto en agenda la financiación de qochas. De acuerdo al Plan de Implementación de la Estrategia Regional Frente al Cambio Climático, cuyo primer eje es el “Agua”, se destinarán S/.22,3 millones (US$6,6 millones) para 15 proyectos de afianzamiento hídrico con presas y/o mini presas y sistemas comunales de siembra y cosecha de agua. Además, a 2021 prevén duplicar el número de proyectos.

El efecto agua

La evidente mayor disponibilidad hídrica que genera este tipo de infraestructura verde (con menor exposición a las alteraciones de los ciclos hidrológicos y menores costos de mantenimiento que la gris o de cemento) está despertando el gen emprendedor de las familias y comunidades altoandinas más aisladas. Eso se corroboró durante un recorrido por zonas de intervención del PACC en Cusco.

Bernavé Huarca Hanncco
Bernavé Huarca Hanncco

Bernavé Huarca Hanncco, de la microcuenca de Huacrahuacho, al sur de la ciudad de Cusco, hoy es dueño y encargado de la gestión de “Yanacocha”, laguna negra, en quechua. El campesino, nacido y criado en la zona, explica que desearía aprovecharla para producir trucha. Actualmente sus vacas la usan de abrevadero y Bernavé recolecta el “chinki” (una maleza conocida como “pino de agua”) que crece en el agua para alimentarlas. Comenzó a mejorar su qocha en 2013, construyendo un dique de contención con rocas y arcilla con ayuda de Valer, lo que le ha permitido retener un mayor volumen de agua durante todo el año, incluso en temporada seca (de abril a noviembre).

Su vecina, Marta Quispe, gestiona cinco qochas, tres de ellas contiguas, cuyas aguas infiltradas brotan en ojos de agua ubicados más abajo en la pradera. “Antes de (tener) estas cochas, el reservorio tardaba dos días y una noche en cargarse. Ahora un día y una noche”, dice. Este beneficio la ha animado a sembrar pasto (ray grass) para sus vacas y producir queso para sus hijos (un oficio que aprendió de niña, cuando vivía en Puno). Lo vende en el mercado local de El Descanso, un pueblo cercano a su casa. Hace poco le detectaron un tumor, del que se pudo librar. Para hacer frente a la enfermedad, vendió unas siete de las 16 vacas que tenía. Con agua y pasto, confía que recuperará su economía pronto.

Samuel Huarca Puma, presidente de la comunidad campesina Pukacancha, que se extiende en 4.018 hectáreas en la misma cuenca en la que habita Bernavé y Marta, cuenta que comenzaron a aplicar técnicas para infiltrar agua en los 90, cinco años después de que la zona viviera la que él recuerda como la última gran sequía. “Los ríos bajaron, los manantes se abrieron como si hubiera pasado un terremoto”, ilustra. Hace dos años comenzaron a “cerrar las qochas” (construir diques con rocas y arcilla) con Valer. Desde entonces, han entubado agua y la llevan a la comunidad cuesta abajo para que la consuma. Es agua potable y de buena calidad. En efecto, tan buena que, según Huarca Puma, están pensando en embotellarla y comercializarla. Así se los ha sugerido el laboratorio donde la enviaron analizar, cuenta. No es una idea descabellada. En el mundo, el agua de lluvia embotellada califica en la categoría “Premium” y comienza a volverse tendencia. La idea de Huarca Puma es constituir una empresa comunal. También tiene ganas de impulsar el turismo vivencial, ya que han advertido que el agua acumulada en su qocha atrae diversas aves.

Al sureste de la ciudad de Cusco, en la comunidad campesina de Palcca, en la provincia de Ocongate, las productoras alpaqueras Paulina Alavi Condori y su hija Sonia hicieron su primera qocha familiar mejorada en febrero pasado. Cuando visitamos su casa, a principios de octubre pasado, pese a estar en plena temporada seca, la qocha estaba llena de agua. La familia Alavi Condori aprendió a construir qochas mejoradas con el equipo del PACC. Antes solían hacerlas, sin diques de contención, aprovechando las zonas donde se solía empozar el agua, lo que impedía que el agua se mantuviera acumulada e infiltrara. Gracias a la mayor disponibilidad hídrica con la que cuentan actualmente, las alpacas abortan menos. Esto se debe, explica Valer, a que los animales preñados gastan menos energía en desplazarse hacia ojos de agua más lejanos (las qochas están próximas a la casa y área de pastoreo). A la joven Sonia esta nueva realidad la hace soñar con crear junto a sus tres hermanas una empresa abastecedora de carne de alpaca. Además, a la estudiante de turismo le gustaría establecer en su comunidad una reserva protegida de vicuñas y plantar especies forestales nativas que atraigan aves, como sucede en la qocha de la comunidad de Samuel. Sonia no sólo desea que los turistas que llegan de a miles a Cusco cada año conozcan el lugar donde nació, sino que el Estado proteja aquel territorio del arribo de posibles proyectos mineros. “El Estado trataría de proteger, nos ayudaría”, dice y explica que su familia cree que en las tierras que habitan hay oro, por el color del suelo. Su tío, Laurian, quien vive un poco más arriba en la montaña, aprendió a hacer qochas mejoradas con Paulina. Tiene varias. Una retuvo tanta agua, que decidió ampliarla, construyendo una segunda y otra tercera. Es que en el cerro que da a las lagunas ha cavado hileras e hileras de zanjas de infiltración, que conducen en agua por debajo del suelo hacia las qochas, al tiempo que mantienen su humedad. Él mismo se encarga de retirar el sedimento, que cada tanto se acumula en las zanjas. Así garantiza su operatividad. La imagen del cerro copado de zanjas de infiltración en los cerros impresiona a primera vista. ¿Quién se atrevería a derribar esa sutil y benéfica muralla?

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Samuel reconoce que las qochas los empoderan frente a las empresas mineras, con las que teme – de acceder a su territorio – competirían por el recurso hídrico. “Bajaría el (volumen) de agua. El manante ya no estaría como debe ser”, vaticina. “Si (las empresas mineras) iniciarían (operaciones), tendríamos que hacer huelga y protestas”, dice. Esta tensión pasa casi inadvertida en el silencioso paisaje andino, pero es un elemento central. Según la Defensoría del Pueblo de Perú, casi un 80% de los conflictos sociales activos registrados en el país en septiembre pasado era de tipo socioambiental, relacionados con los sectores de minería, hidrocarburos, energía, residuos y saneamiento y la agroindustria.

Solución compartida

¿Cómo hacer para que la expansión de qochas mejoradas en los Andes no aumente la conflictividad social actual y, por el contrario, se convierta en un instrumento promotor del diálogo entre pobladores locales y corporaciones? Responde Valer, cuya experiencia rural en el trato y generación de confianza con las comunidades locales lo habilita. “Hay que ubicar zonas para la minería. Ellos (las empresas mineras) tienen que proteger algunas zonas con campañas de forestación”, dice e insiste en priorizar especies nativas, como el colle (Buddleja coriácea) o la queñua (Polylepis racemosa), ya que sus raíces expansivas garantizan la infiltración. “Y este tipo de trabajos, las cochas”, suma y resalta la importancia de asociar la siembra y cosecha de agua a todo tipo de proyectos productivo agropecuario de altura, especialmente los de infraestructura de riego. Sin agua, comenta Valer, no está garantizada la sostenibilidad de la inversión.

Por su parte, Israel explica que el Programa de Siembra y Cosecha de Agua no entrará “donde el conflicto por el agua es realmente fuerte”. “No vamos a poder hacer intervenciones directas. Tenemos que solucionar la parte social y luego entrar”, explica. Precisa que se implementará “donde haya posibilidad de intervención”. “Ya tenemos experiencia en conflictos sociales y queremos que este programa tenga impacto”, argumenta. En ese sentido, informa que se ha reunido con empresas mineras para presentarles el concepto.  “Mi discurso es el siguiente: la gestión hídrica es una gestión que te puede ayudar a superar los conflictos sociales. Ellos necesitan un espacio donde puedan trabajar, que garantice sus prácticas económicas y donde los pobladores locales se sientan tranquilos”, dice.

Las empresas del sector energía podrían entrar asimismo en esta discusión. Para las hidroeléctricas, que producen aproximadamente el 30% de la electricidad que consume el Perú, invertir en esta tecnología les permitiría dar larga vida a su negocio. “Es lógico que esto va a influir también o mejorar el caudal del río”, analiza Wilbert Huanca, gerente de operaciones de Empresa de Generación Eléctrica Machupicchu S.A. (EGEMSA), que genera 194 MW, un 8% de la producción de hidroelectricidad del país. Huanca reconoce que los ciclos predominantes de avenidas y años secos se han vuelto más cortos y que actualmente existen más períodos de estiaje. Para hacer frente a esta situación, la compañía construyó una presa de altura, con una capacidad de 110 millones de m3. La capacidad de adaptación al cambio climático del cemento no convence a Víctor Bustinza, coordinador adjunto del PACC. “Hacer una presa lleva muchos años y cuesta mucho dinero y, por otro lado, también puede generar conflictos”, advierte, resaltando el impacto al paisaje que conlleva la ejecución de este tipo de infraestructura. Huanca no se cierra a la propuesta de las qochas. “Habría que evaluarlo”, comenta.

Puntos de encuentro

En ese contexto, Israel evalúa si el Mecanismo de Obras por Impuestos, una ley que permite a las empresas que operan en Perú invertir sus tributos en proyectos que contribuyan al bienestar social, facilitaría que se involucren en el programa. Otra solución financiera que contribuiría a la sostenibilidad de los proyectos sería la creación de una tarifa asociada a la compensación por servicios ecosistémicos para los actores de las cuencas y microcuencas que se benefician de la infiltración. Este tipo de aporte ya es asumido por las poblaciones de tres ciudades del Perú: Cusco, Huancayo y Moyobamba. En los tres casos, son las empresas de saneamiento y agua potable las que los internalizan en la factura mensual para canalizarlo a municipios, que invierten la recaudación en obras de afianzamiento hídrico. En la Cámara de Comercio del Cusco desestiman que un impuesto así sea bien recibido por las corporaciones. “La presión tributaria que se ejerce sobre el formal es demasiado alta como para gravarla por más que tuviera la importancia que refiere”, opina su presidente, Alí León Charca, en relación a la participación de las empresas en gestión conjunta, entre comunidades y empresas, de la siembra y cosecha de agua. Dice, al mismo tiempo, que les gustaría recibir información técnica del programa.

En la empresa Electro Sur Este, que compra, distribuye y comercializada la electricidad que produce EGEMSA, conocen las zonas de altura del Cusco donde el concepto de siembra y cosecha de agua está floreciendo. Es que en muchas de esos lugares la empresa ha instalado paneles solares, como parte de su plan de generación distribuida y educación para usos productivos de la energía. Tienen 5.000 clientes, a los que atienden, ofreciendo mantenimiento de equipos y reposición de baterías cada tres años. En 2018, se espera que los paneles lleguen a las regiones de Apurímac y Madre de Dios, añadiendo 20 mil clientes más al sistema. Electro Sur Este, como lo hace actualmente, se encargaría de llevarles la factura y cobrarles. Álvaro Marín, gerente comercial de la compañía, ve factible algún posible involucramiento en labores de acompañamiento en la siembra y cosecha de agua. “Me parece interesante para mejorar las relaciones y cambiarle la idea a la gente de que solo estamos para llevarles el recibo y cobrar a fin de mes”, opina.

El empoderamiento de las comunidades de la gestión hídrica basado en la recuperación de conocimientos ancestrales ya empezó. El debate sobre la gestión compartida del “territorio hídrico productivo” en las alturas de los Andes podría acompañarlo.

Este reportaje fue:
  • realizado por: Manuela Zurita @manuelazurita / J0sefa Rojas @josefinabio / Philip Boyle / Cecilia Sueiro @Cecisum / Jahir Anicama @janicama
  • traducido por: Susana Watson / Philip Boyle / Nicolás Tarnawiecki
  • diseñado por:  Rogelio Estrella @click_derecho / César Delgado (Mumu Studio) / Enfokarte
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