Cambio climático tiene en jaque a la agricultura en Norte de Santander
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En Mutiscua, los campesinos han logrado hacer uso racional de los recursos naturales e innovando se adaptan al cambio climático.
Los campesinos de Norte de Santander, desde 2010, vienen enfrentando largos períodos de invierno y de sequía, los cuales han modificado los ciclos normales de siembra y de cosecha. La consecuencia, el vaivén en los precios de la canasta familiar y el dolor de cabeza de las amas de casa que al hacer mercado se rascan la cabeza porque el dinero no les alcanza.
En invierno, generalmente aumenta la producción de verduras y de hortalizas, pero baja la calidad por las plagas. En verano, como el que azotó desde 2014, hasta el primer trimestre de 2016, es difícil sostener las plantas por falta de agua, pero los productos son más limpios.
Estos fenómenos empezaron a cobrar relevancia en Colombia desde los años 90, cuando el cambio climático fue una realidad. Posteriormente con tragedias como las ocurridas desde 2010 (deslizamientos-inundaciones), las largas sequías, incontrolables incendios, granizadas y vientos huracanados, han intensificado fenómenos como El Niño (sequía) y La Niña (lluvia).
El cambio climático de acuerdo con las Naciones Unidas es entendido como las alteraciones en el clima por las actividades humanas directas o indirectas. El reto va en dos vías, el Estado colombiano debe generar programas de adaptación y las comunidades adoptar prácticas amigables con el planeta. El cambio climático llegó para quedarse.
En ese contexto, uno de los sectores económicos más afectados es la agricultura, que para el caso de Norte de Santander representa el 10,1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), de acuerdo con el Dane.
Los gremios, sin excepción, han tenido afectaciones. Pero, principalmente, los campesinos se enfrentan a las pérdidas de cosechas que les significan endeudamiento con bancos y particulares. Los papicultores de Chitagá, los arroceros de El Zulia, los palmicultores del Catatumbo, los cañicultores del valle del río Zulia y los sectores café y cacao, buscan mecanismos para refinanciar las deudas.
A esa crisis financiera debe sumársele que de acuerdo con los pronósticos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam), para el último trimestre del año se pronostica una temporada invernal que tendría su mayor impacto en 2017.
A continuación presentamos el panorama de lo que ocurre en Mutiscua, municipio donde la alianza entre campesinos y gobierno local ha facilitado las estrategias de adaptación que merecen ser destacadas.
Mutiscua innova en adaptación
Hace 50 años el cultivo más importante en Mutiscua era el trigo y la producción se vendía en el municipio, al contar con una sucursal de la compañía molinera de Herrán. Sin embargo, eso duró hasta mediados de los años 60, cuando la harina de trigo de Estados Unidos empezó a copar el mercado nacional.
La fábrica se cerró y los campesinos migraron al cultivo de verduras y de hortalizas, hoy fuerte de la economía en la fría población. Semanalmente se producen 350 toneladas.
En Mutiscua se cultivan brócoli, lechuga (batavia-crespa), coliflor, apio españa, perejil, ajo puerro, zanahoria, remolacha, papa amarilla, arracacha y frutales como tomate de árbol, uchuva, curuba, fresa y gulupa recientemente.
Distritos de riego
Desde 2004, en Mutiscua, se gestó un proyecto para favorecer a los campesinos con distritos de riego. El alcalde de esa época, Néstor Yesid Álvarez Acevedo, recordó que la iniciativa surgió por interés de los campesinos.
“La Gobernación cofinanció la tubería, el municipio las obras de arte y la comunidad, la mano de obra. Los distritos de las veredas Tapagua y La Aradita beneficiaron a 150 familias y así se empezó a hacer uso racional del agua. Mutiscua hace parte de la cuenca del río Zulia y allí nace el río La Plata”.
Los alcaldes han seguido construyendo distritos y la meta es cubrir las 14 veredas del municipio. Con el agua garantizada tienen programación de siembras y hacen rotación de cultivos para no volver estériles los suelos. Esa primera estrategia redundó en la organización de los campesinos, agrupados en cuatro asociaciones.
Fincas certificadas
Luz Marina Pabón Villamizar, presidenta de la Asociación de Agricultores de Mutiscua (Asoagrimutis), dijo que una falencia era la comercialización organizada y se pusieron la meta de evitar la intermediación y poner los productos directamente en almacenes de cadena o en las centrales de abastos.
“Tenemos 30 asociados y todas las fincas están certificadas en buenas prácticas agrícolas. Ese es uno de los requisitos para ser competitivos y acceder a mercados nacionales”.
Para ello hicieron parte del proyecto Alianza Santurbán Sostenible, ejecutado por la Agencia de Cooperación Alemana GIZ en alianza con Corponor. “Al tener las fincas certificadas la agricultura es amigable con el medio ambiente, los productos son más saludables, los desechos de químicos no quedan en el campo y la meta es ir dando la transición a los cultivos orgánicos”.
El secretario de Desarrollo de Mutiscua, Edwin José Navas Rodríguez, lidera una iniciativa para conseguir un socio estratégico que compre la mayor parte de la producción.
Planta e invernadero
Dos estrategias complementarias son la puesta en marcha de una planta de transformación, que funciona en un inmueble cedido en comodato por la Alcaldía de Mutiscua a Asoagrimutis.
“Hemos conseguido maquinaria para aprovechar la cantidad de verduras y de hortalizas, produciendo -a futuro- encurtidos y antipastos. Con las frutas se elaboran mermeladas y almíbares”, dijo Pabón Villamizar.
Para ello han trazado un plan de negocios que incluye gestionar el registro Invima y demás requisitos de ley. A la par construyeron un invernadero en el que obtienen plántulas de calidad.
Productores integrales
Tania Yorley Latorre y Jorge Virgilio Lizcano, esposos y habitantes de la vereda Tapagua, tienen la granja certificada y cultivan en 2,5 hectáreas brócoli, coliflor, lechuga y puerros.
Ellos tienen su propio sistema de transporte y mientras Tania se encarga de las labores de la finca, Jorge viaja tres veces a Bucaramanga a cumplir con pedidos. El camión turbo que maneja tiene capacidad para 3,5 toneladas, el cual llena con la producción de la finca y completa la carga con el producido de granjas vecinas.
“Para nosotros es un negocio rentable, no hay intermediarios y podemos dar mejores precios a los consumidores. Mi esposo viaja el domingo en la tarde, a la una de la mañana descarga en el mercado de Bucaramanga y a las ocho de la mañana del lunes hace la ronda de cobros”.
Otra de las historias de productores integrales es la de Luis Enrique Ramírez, de 47 años. Él tiene cultivos escalonados en un invernadero con capacidad para 12.000 plantas de lechuga.
“Al estar certificado, la calidad del producto es mejor, los químicos disminuyen y están separados de los abonos. El cambio en año y medio de trabajo ha sido drástico y como campesino invito a que cultivemos sin afectar el planeta”.
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