REVISTA PODER: ¿Cambia el clima del cambio climático?

Martes, 8 Febrero, 2011 - 14:11

Por José Carlos Orihuela

La Conferencia de Cancún del mes pasado (diciembre 2010) dio pie a una lluvia informativa de noticias sobre el cambio climático. Analistas critican que la comunidad global de naciones haga poco para mejorar el estado de las cosas. Al ritmo de emisiones existente, el riesgo de tener eventos climatológicos de fatales consecuencias seguirá creciendo, como una profecía destinada a autocumplirse. Los optimistas apuntan al nuevo Fondo Verde; se habla de US$ 100.000 millones al año para el apoyo a países pobres que resultarán afectados y un mayor énfasis en políticas de adaptación. ¿Ha cambiado el clima del cambio climático? ¿Tiene el medio ambiente el lugar que amerita en el Perú? ¿Nos debería importar, habiendo tantas otras cosas por hacer?

Cuando se inició la historia de la diplomacia ambiental global en Estocolmo 1972, la Cumbre del Medio Ambiente Humano, un delegado de Brasil apuntó que talar bosques y construir fábricas eran indicadores de progreso, no de retroceso. Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente. El ambientalismo continúo su expansión en sociedades civiles y aparatos públicos. En América Latina, las nuevas constituciones políticas asumieron el derecho humano a vivir en un medio ambiente sano. En su Crónica forestal del Perú (UNALM/UNMSM, 2010), Marc Dourojeanni relata cómo los nuevos profesionales de los bosques y la ecología penetraron las entidades públicas y expandieron las fronteras del mapa de reservas naturales que existe hoy en el país. No ha sido tarea fácil. El conservacionismo tiene que lidiar con el desarrollismo, como el de las carreteras que penetran la Amazonía para favorecer el comercio y aumentar la frontera agrícola. Y las sociedades requieren conservar y desarrollar. Aparecerá entonces el paradigma de la sostenibilidad.

El ambientalismo también llegó a las ciudades. La Sociedad Peruana de Derecho Ambiental nació en la coyuntura de la lucha por una legislación ambiental comprensiva. Los abogados verdes que egresaban de la PUCP se convirtieron desde entonces en una voz líder en el debate nacional. Las ONG ambientalistas empezaron a florecer y a expandirse, creando fluidas y variadas redes que van desde la promoción de la agricultura sostenible hasta el activismo contra la contaminación minera. El ambientalismo que emergió es amplio y diverso, como en cualquier rincón del mundo.

Con la Cumbre de la Tierra, Río 1992, América Latina vivió un “giro verde”. Brasil, en particular, se había convertido en un modelo por imitar: venía operando un Conama (Consejo Nacional del Medio Ambiente) bajo distintos nombres durante casi dos décadas y estableció un Ministerio del Medio Ambiente. En el Perú, el giro verde trajo al Conam. El país vivía las políticas de ajuste estructural; la legislación pro inversión de 1991 derogaba en la práctica el Código aprobado por el primer gabinete de Fujimori. Pero el clima internacional de políticas apuraría la creación del Conam en 1994.

Hacia finales del gobierno de Toledo, el país político daría una nueva muestra de su inmadurez en el proceso que llevaría a la Ley General del Medio Ambiente. Se dijo lo de siempre: que se irían los capitales, que caería el producto, que vendría el Apocalipsis económico. El ambientalismo era demonizado desde el poder político y económico. Años después, la aprobación del TLC nos traería en forma inesperada el Ministerio del Medio Ambiente. Al igual que los de Fujimori y Toledo, el gobierno de García carecía de una visión para el medio ambiente; pero las fuerzas de la globalización seguían abriendo puertas inesperadas.

Los temas ambientales han tenido una incorporación lenta, discontinua y tortuosa en la agenda pública nacional; agenda que desde que el Perú es Perú vive en lo urgente y no en lo importante. El otro lado de la moneda de la megadiversidad que disfrutamos lo componen el fenómeno El Niño, el desarrollo urbano en desiertos costeros, el estrés hídrico que afecta a la pequeña agricultura en los Andes, y un largo etcétera. Dada nuestra inestabilidad y cortoplacismo, no es de extrañar que al sistema político le interese poco debatir, concertar y educar medio ambiente. La atención al complejo e impredecible “cambio climático” difícilmente podrá desarrollarse si el medio ambiente no es asumido como un componente central de nuestra vida en sociedad.

Los discursos y agendas verdes de importantes nuevos gobiernos municipales y regionales nos dicen que el medio ambiente de políticas sigue cambiando. Con algo de suerte, el nuevo proceso presidencial apuntalará un positivo clima de cambios.

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