Tragedia y oportunidad en Perú

Martes, 21 Agosto, 2007 - 00:00

Adjuntamos un artículo de Iosu Perales quien, a propósito del fuerte sismo ocurrido en el Perú, reflexiona sobre la relación entre los fenómenos naturales y la vulnerabilidad de las poblaciones afectadas por los mismos. Desde esta perspectiva, "un mismo desastre natural afecta de manera muy distinta" de acuerdo al contexto social en el que sucede.



El autor analiza una serie de factores sociales que permiten entender el hecho de que en la base de la vulnerabilidad por causas naturales se encuentra la vulnerabilidad social, entre ellos, la inexistencia del estado en las zonas pobres, la falta de ordenamiento territorial y de planificación urbana y la ausencia de sistemas nacionales y locales para la prevención de desastres.



El autor critica, además, la falta de organización para la ayuda de emergencia, grave problema que se vive en el Perú en estos días, situación que produce caos y desesperación en las zonas damnificadas por el terremoto. Sin embargo, se señala también que la tragedia puede convertirse en oportunidad si se aplican planes adecuados que promuevan el desarrollo humano sostenible en estas regiones.

Tragedia y oportunidad

Por: Iosu Perales
21 de agosto del 2007

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La tragedia que asola Perú exige una reacción inmediata y generosa de
los gobiernos y de los pueblos. Nada hay más urgente que salvar vidas y
atender las necesidades básicas de los damnificados. Pero, además, el
fuerte sismo de 7,9 en la escala de Richter que afectó a extensas zonas
y ha dejado hasta el momento un saldo de al menos 503 personas muertas,
más de 1000 heridas y 35.000 viviendas destruidas, debe mover a la
reflexión sobre el hecho de que, como casi siempre, son las poblaciones
empobrecidas las víctimas de los desastres naturales.



Tradicionalmente, en los países del Sur los desastres han sido y son
considerados como hechos puntuales, inevitables e inesperados,
generados por la acción extrema de la fuerza de la naturaleza y en
consecuencia su estudio se ha centrado en los impactos causados, no en
la prevención, así como en un enfoque fisicalista, es decir de
observación y estudio de los fenómenos naturales considerados como
causantes: seísmos, crecidas de ríos, huracanes, maremotos, tifones,
erupciones volcánicas, etc. Esta visión todavía está vigente, de forma
interesada. En coherencia con esta visión simple del problema, los
esfuerzos institucionales en la atención a las catástrofes se centran
habitualmente en acciones de emergencia posteriores como respuesta a
los daños, para volver a reconstruir en el mejor de los casos, así como
en el monitoreo y la vigilancia de los fenómenos naturales. Este
enfoque es completamente insuficiente. No se pregunta el por qué del
desastre ocurrido, a partir de un análisis que compare los daños
causados por un mismo fenómeno en Estados Unidos, en Japón o en el
Caribe, por ejemplo. Una observación crítica nos da rápidamente la idea
de que, según el contexto nacional o regional, según los factores
sociales, un mismo desastre natural afecta de muy distinta manera. La
vulnerabilidad ambiental está íntimamente conectada a la vulnerabilidad
social.



La vulnerabilidad social se refiere a la condición en virtud de la cual
una población está expuesta a sufrir daños por la ocurrencia de un
fenómeno natural o con intervención humana. Pero la vulnerabilidad hace
referencia, también, a la capacidad de una población para recuperarse
de un desastre. La vulnerabilidad no es, por supuesto, algo estático,
sino dinámico y cambiante en función de la atención que se preste a la
superación de la pobreza, del desorden territorial, del ataque al
medioambiente, de la acción de las constructoras, de los deforestadores
profesionales y espontáneos, etc. Por otra parte, las amenazas de
catástrofe son distintas: no son de la misma naturaleza las
inundaciones que los movimientos sísmicos, una erupción volcánica que
una epidemia, una sequía que un incendio, etc. Hay amenazas naturales
como tornados, granizadas, seísmos, etc. y amenazas tecnológicas como
la contaminación, escapes de sustancias tóxicas, explosiones, etc.



Lo ocurrido estos días en Perú por el fuerte seísmo de magnitud 8 en la
escala de Richter tiene una dimensión socio-natural, por más que la
causa sea la colisión entre dos placas tectónicas -la continental y la
de Nazca- que están en tensión permanente y son responsables de todos
los seísmos que tienen epicentro frente a las costas. Precisamente
porque se trata de una zona de riesgo el gobierno peruano debería tener
una política de Estado de prevención en materia de ordenación
territorial, arquitectura y asentamientos de poblaciones. El movimiento
de las placas tectónicas en Japón, en particular el choque de la placa
del Pacífico con la de Filipinas, hace que las islas tengan una gran
inestabilidad geológica. Esto produce unos 1.500 seísmos al año y
frecuentes erupciones volcánicas, sin embargo las consecuencias en
pérdidas humanas y físicas son escasas. El número de víctimas está
vinculado a un modelo de desarrollo, pero también a la ineficacia de
los gobiernos. Las miles de casas enterradas en Pisco eran
completamente vulnerables. Igual ocurrió hace unos años en
Centroamérica con el huracán Mitch. En aquella tragedia murieron unas
20.000 personas de las que el 70% vivían en la extrema pobreza. No es
que las catástrofes conspiren contra el desarrollo, sucede que son
parte del problema de un determinado modelo de desarrollo que reproduce
la pobreza estructural, la depredación ambiental y una inadecuada
concentración poblacional derivada de la marcha del campo a las
ciudades.



En la región Andina como en el Caribe o en Centroamérica se pueden
señalar algunos factores o causas que hacen que veamos con claridad
como en la base de la vulnerabilidad por causas naturales se encuentra
la vulnerabilidad social:



1. Bajos niveles de desarrollo humano con elevados índices de pobreza,
desnutrición y analfabetismo. Esto implica bajo nivel de capital humano
y de organización comunitaria.



2. Inexistencia del Estado en las zonas deprimidas. Concentración de
sus recursos, negativa a una descentralización con recursos económicos
y técnicos que de a los municipios capacidad de prevención ante
desastres y de acción social.



3. Falta de ordenamiento territorial y de planificación urbana, y mal
manejo de las cuencas hidrográficas. No hay normativas que impidan
construir en zonas de riesgo, o si las hay son violadas
sistemáticamente por las constructoras y/o la acción espontánea de
migraciones procedentes de áreas rurales. Los asentamientos humanos
carecen de infraestructuras, conductores subterráneos de aguas, falta
de electrificación, ausencia de muros de seguridad, etc.



4. Elevada deforestación y manejo no sostenible del territorio. Aquí se
dan dos circunstancias: la acción espontánea de la población más pobre
en busca de leña, y la permisibilidad con que grandes compañías talan
bosques, hacen contrabando de madera, y empresas mineras excavan
indiscriminadamente. Deforestación también de manglares costeros que
protegían al territorio de maremotos.



5. No hay sistema nacionales y locales para la prevención de desastres,
en unas regiones con bastantes placas tectónicas, gran cantidad de
volcanes en activo, fallas, periódicas visitas de tifones y tormentas,
etc. Se actúa siempre posteriormente y generalmente con una muy mala
organización de la ayuda de emergencia. Ahora mismo en Perú la acción
del gobierno de Alan García es caótica, la ayuda no llega a las zonas
rurales afectadas y en las que reina la desesperación.



6. Miles y miles de viviendas, barriadas, construidas en zonas de alto
riesgo. En laderas de suelo inseguro, sobre antiguos cauces de ríos, en
las cercanías de volcanes.



7. Fuerte concentración de la propiedad tierra que empuja a nuevas
migraciones hacia los suburbios de ciudades, e implica una explotación
intensiva de tipo industrial.



Para las ONGs, por lo menos para un buen número, estos desastres abren
una oportunidad: la de transformar el modelo de desarrollo. No se trata
de una mera reconstrucción sobre los mismos parámetros. El Desarrollo
Humano Sostenible no puede esperar. A él deben aplicarse los organismos
multilaterales, las instituciones públicas y los gobiernos. Sucede, sin
embargo, que para ello hay que partir de ver a las víctimas no sólo
como gentes que piden ayuda desesperada, sino como personas que tienen
derechos, que exigen derechos, frente a los cuales tenemos
obligaciones. En primer lugar han de ser los gobiernos de sus propios
países; los parlamentos que han aprobado cartas constitucionales y
contratos sociales que no cumplen. En segundo lugar los países ricos
encabezados por los gobiernos, así como las instituciones
internacionales, todos ellos implicados en un orden injusto. En tercer
lugar nosotros mismos, la sociedad mundial.



Es desde esta perspectiva de los Derechos Humanos indivisibles que las
ONGs emplazan a los gobiernos y a Naciones Unidas y sus agencias a que
den cumplimiento a los convenios y pactos internacionales (Cumbre del
Milenio) para la erradicación de la pobreza, de la vulnerabilidad
ecológica y social, además del alivio sustancial a la deuda externa y
la consolidación de la democracia. Pero, somos escépticos. Generalmente
los acuerdos internacionales en estos puntos, hechos bajo la presión de
las ONGs y de las sociedades civiles, caen en saco roto. Los gobiernos
más poderosos y las grandes instituciones inter-gubernamentales y
financieras no ven, no asumen los derechos económicos, sociales y
culturales de las gentes. No desean combatir la polarización de la
riqueza, el monopolio del suelo y de la tierra.



Mucho es lo que hay que cambiar para que un nuevo seísmo en Perú o
donde sea no vuelva a hacer tanto daño. Que la tragedia se vuelva
oportunidad.

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