Los bosques de niebla, tesoros de agua que el mundo olvidó

Friday, 24 January, 2014 - 10:13

Por Sergio Silva Numa

Estos ecosistemas corren peligro inminente y un colombiano, quizás, tiene la fórmula para salvarlos.

Es como si Argentina desapareciera de repente. Como si todo el extenso territorio del que es hoy el octavo país más grande del planeta y el más vasto de Hispanoamérica, se borrara del mapa. O mejor: es como si dos ‘colombias’, de golpe, se desvanecieran del continente.

Esa, tal vez, es la más certera analogía para comprender cuál es hoy la situación de los bosques de niebla; para calcular cuál es el área devastada de ese ecosistema que, aunque esencial para la humanidad, parece haber caído en el olvido.

Las cifras hablan solas: el mundo ha perdido 2,7 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale al 55% del espacio total que hace mucho tiempo ocupaban esos territorios. Unos territorios capaces de abastecer de agua a poblaciones inconmensurables, capaces de resguardar entre sus ramas, entre su suelo húmedo, una infinidad de especies endémicas (propias de esas regiones) y capaces, sobre todo, de regular los ciclos hídricos, de controlar la erosión y reducir las inundaciones. (Vea acá: Los bosques de niebla en el mundo /Infografía)

Y, pese a ello, el riesgo de estas zonas que hoy cubren solo el 0,3% de la superficie de la Tierra, es inminente. Así, por lo menos lo evidencian esos cálculos elaborados por Leonardo Sáenz, un científico colombiano que desde hace más de una década se ha dedicado a estudiar aquellos valiosos bosques, a buscar la manera de hacer evidente su importancia y así evitar que la deforestación sea su única dueña.

Para lograrlo, Sáenz, director de Eco-hidrología de Conservación Internacional, tuvo que hacer, desde el King’s Collage de Londres, inmensas bases de datos, simular eventos climáticos en una cámara de neblina, jugar con información satelital y hacer detallados mapas digitales. En uno consiguió ubicar en el trópico 20.000 embalses, 13.000 más de los que tenía el registro existente hasta ahora.

El propósito no era otro que hallar una relación entre estos ecosistemas y las represas que generan energía, “porque —dice desde Washington— para que la ciencia tenga un impacto, para que nuestro medio ambiente, nuestra agua, tengan un mejor futuro, hay que asociarlos con quienes se benefician de ellos; hay que darle señales al mercado de lo necesarios que son. En otras palabras: si uno quiere identificar un tesoro, tiene que encontrar a quién le interesa: a los que producen esa energía”.

El resultado del estudio, dado a conocer en 2013 en la revista ‘Ecosystem Services’, es contundente: a pesar de que solo ocupan el 4,4% del área que alimenta a las represas tropicales, los bosques de niebla filtran cerca del 50% del agua disponible para estos embalses. Es decir, son indispensables para su buen funcionamiento.

¿Cómo? El mecanismo es simple: las plantas de estos lugares, que el 70% del año están inmersos en las nubes y que se encuentran a partir de los 1.800 metros, tienen la capacidad de retener el agua que transporta la neblina y que luego, paulatinamente, se va escurriendo por los árboles, por sus ramas, hasta caer al suelo, donde es retenida y filtrada. Poco a poco es liberada, al tiempo que alimenta quebradas y origina nuevos manantiales, y así, su flujo se mantiene en períodos de sequía.

“El agua que allí se drena —explica— es mucho más limpia, lleva menos sedimentos y, por lo tanto, tiene condiciones que optimizan la operación de la infraestructura hidráulica”.

Y al optimizarse se podría frenar, de paso, la creciente construcción de embalses que siempre, por las ineluctables repercusiones ambientales que generan, han suscitado infinitas polémicas y controversias.

Es más: según Sáenz, se podría afirmar que la sostenibilidad energética de Colombia depende de los bosques de niebla, regiones que, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), están en más de sesenta países y son el hogar de animales como el gorila de montaña en Ruanda o del oso de anteojos.

Incluso, son indispensables para ciudades como Bogotá, donde el 70% de sus habitantes consume el agua proveniente del Parque Natural Chingaza, caracterizado por la presencia de estos bosques.

Un problema que no para de crecer

Pero, entonces, si su importancia es tan alta, ¿por qué las medidas hasta ahora no han resultado eficaces para frenar su deforestación?

La pregunta viene rondando desde hace tiempo en la cabeza de científicos y ambientalistas que, aunque reconocen el valor de iniciativas provenientes de entidades como Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) —que ha incluido al 90% de esos bosques dentro de las ecorregiones prioritarias que se deben conservar— también ven con preocupación el futuro de estos ecosistemas.

¿La razón? La agricultura y especialmente la ganadería se están abriendo paso en medio de estos bosques de una forma precipitada y feroz. “Y eso —asegura Hernando García, investigador del Instituto Humboldt—, junto con la creciente urbanización y extracción de minerales, es la principal amenaza en la zona Andina”.

Y no detenerlas con prontitud sería nefasto: “esa niebla que se mantiene aún en épocas de escasas lluvias —y que en ocasiones aporta más agua que las precipitaciones en temporadas de sequía— no se retendría en las hojas de las plantas y seguiría derecho, lo que implicaría toda una alteración del ciclo hídrico”, dice García.

Además, estaría en riesgo una riqueza admirable. Correrían peligro, por ejemplo, en el caso colombiano, las más de 1.650 tipos de plantas que allí se han encontrado; podrían verse amenazadas la palma de cera, los pinos nativos, el roble, la orquídea y los musgos, especies emblemáticas de esas zonas; y animales endémicos como el tapir enfrentarían múltiples agresiones.

De hecho, según un informe del Humboldt, de los 130 tipos de pájaros propios de los bosques de niebla, algunos como el pujil y el águila de cresta están en peligro crítico. Inclusive, el 11.6% de las aves amenazadas del trópico viven en estos territorios.

 

Pero el panorama, en realidad, no podría ser diferente. Durante la década del setenta los bosques nublados de Centroamérica y el Caribe estaban desapareciendo más rápidamente que cualquier otro tipo de bosque y las tasas de deforestación superaban las de África y Asia.

Colombia, claro, no es la excepción: el 90% del norte de los Andes colombiano ha sido convertidos en pastos para ganado y cultivos, en 1992 cerca de 11.000 hectáreas fueron convertidas en cultivos de coca y amapola y la población de municipios aledaños a dichos bosques pasó de 12.9 habitantes por kilómetro cuadrado en 1951 a 51.1 en 2005.

Y hoy, como si fuese poco, tal y como afirma García, la investigación que analiza el tema ha desaparecido casi por completo. “Entre 2001 y 2007 había mucho más interés en indagar sobre el estado de estos ecosistemas pero, de repente, se volvió inexistente. Por eso, ahora, es indispensable volver a prender las alarmas”.

Muestra de esa tendencia es que, justamente, desde 2007, cuando el Humbodt publicó el documento “Evaluación del estado de los bosques de niebla y de la meta en 2010 en Colombia”, no se hace un estudio profundo y completo sobre el tema.

Sin duda, la prueba más clara de cómo está la situación es el sexto puesto que aquella vez ocupaba el país entre las naciones que más han deforestado sus bosques de niebla. Esa posición, casi aterradora, es la mejor evidencia.

Fuente: El Tiempo

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