Ecología de senderos: En busca de nuestro lugar en la naturaleza

Tuesday, 13 August, 2013 - 13:41

El placer y el turismo en la naturaleza vienen adquiriendo cada vez más importancia para la sociedad moderna y para muchos es una fuga del estrés urbano diario. Por otra parte, puede ser también el rescate de habilidades y emociones que nos definen como seres humanos, al final, nuestras piernas fuertes pueden caminar por largas distancias y trasponer diversos obstáculos. Cuando vemos nuestro cuerpo y las proporciones que las piernas ocupan, sabemos que fuimos creados para caminar y de este modo buscamos áreas naturales tanto para reencontrar nuestro lugar en el orden natural, como para revivir aspecto de las aventuras y conquistas que llevaron a nuestros ancestros a todos los continentes.

Sin embargo, por más bien intencionados que sean nuestros esfuerzos y aspiraciones de armonización con la naturaleza, aunque sea optando por alternativas que eviten el turismo de masas; la lógica de sustentación para las oportunidades de mercado y servicios que el consumo de medio ambiente proporciona, presupone la ocupación de espacio natural para el ejercicio de estas actividades así como alteraciones físicas para la instalación de estructuras de apoyo al visitante. De esta forma, el concepto de sustentabilidad, objetivo de las normas de buenas prácticas y estrategias de mínimo impacto en ambientes naturales, impone en mayor o menor grado algún sacrificio del ambiente protegido.

 Ahora no debemos olvidar que somos parte de la naturaleza. En el caso de áreas protegidas y con alteraciones superficiales en su estado natural, esta condición adquiere importancia cuando pasamos a ser competidores por el espacio con la flora y fauna de campos, bosques, cascadas, lagos y montañas. En este momento, nuestra responsabilidad para la conservación de la biodiversidad, cuya principal amenaza es la pérdida de hábitat, variables como el tamaño, el grado de aislamiento del área protegida, fragilidad y resiliencia del ambiente, presencia de especies endémicas, raras, amenazadas o vulnerables, debe ser conocidos y tenidos en cuenta cuando salimos de nuestra casa y vamos a ocupar la ‘casa’ de otros, ya sea que tengan pelos, plumas y escamas, o flores y frutos.

Esta percepción de que no estamos solos es la clave para un estado de conciencia más amplio, planetario; donde a través del conocimiento y compasión para con otros seres que aquí habitan, buscando nuestro lugar, aproximándonos cuanto sea posible, pero también con el cuidado de no afectarlos cuando sea necesario.

Estas consideraciones donde observamos aspectos más amplios que el de la propia vivencia, así como los efectos que nuestra presencia puede provocar en el ambiente, con efectos en la flora y fauna que la habitan, forma parte también de lo que podemos llamar Ecología de Senderos, que puede ser definida como el área de investigación y comportamiento que interpreta el sendero (vector de territorialización y dispersión antrópicas, o sea el camino que construimos para recorrer el ambiente natural) y las relaciones ecológicas y biogeográficas establecidas con la biodiversidad local considerando hábitats, nichos, especies, poblaciones y comunidades.

Estructuralmente un sendero es una intervención linear definida a partir del corte raso de la vegetación, para el establecimiento de una zona de pisoteo (área útil efectivamente utilizada por el usuario en su desplazamiento) y una área marginal de manejo, donde la vegetación es mantenida controlada para evitar su cierre. Ese conjunto compone el ‘corredor’ del sendero y sus dimensiones varían conforme el objetivo y el perfil del usuario. Su localización y dimensiones longitudinales y laterales, pueden significar mayor o menor ‘área de sacrificio’ y consecuentemente su nivel de influencia en el tejido forestal, conforme los diferentes umbrales de fragilidad y resiliencia de los ecosistemas donde se inserta.

Dentro de las consecuencias corrientes de la existencia de senderos y flujos de personas, se destacan en diferentes escalas: (i) el efecto de borde; (ii) la fragmentación forestal; (iii) la alteración de micro hábitats; (iv) el aislamiento de poblaciones menos tolerantes a la presencia humana y/o alteraciones físicas locales; (v) la interferencia en el patrón de dispersión de especies predadoras, y; (vi) la contaminación de áreas núcleo por especies invasoras, entre otros. En este sentido, la Ecología de senderos establece cuatro condiciones básicas para buscar respuestas y armonía del uso público en áreas protegidas:

 1.- La fundamentación de la planificación de la ocupación territorial y el planeamiento de senderos debe buscar la protección de especies claves o estratégicas.

2.- El énfasis de la gestión a través de unidades de paisaje debe considerar más allá de las macro-escalas humanas, las escalas de las especies, poblaciones o comunidades estratégicas.

3.- La gestión del uso público en áreas protegidas o naturales debe ser integrada con indicadores bióticos, introduciendo la conservación como elemento de decisión.

4.- Las condiciones ambientales para la protección del patrimonio natural deben fomentar una cultura biofílica.

Aunque aparentemente sea una condición de difícil solución, tenemos que tener claro que si por un lado precisamos del contacto con la naturaleza pues somos parte de ella, por otro lado, la naturaleza necesita de nosotros porque solamente nosotros somos capaces de defenderla y justificar su conservación en nuestra sociedad. Por lo tanto, lo que necesitamos saber es de que manera y donde podemos NOS colocar en las áreas protegidas, de modo de no traspasar la capacidad de regeneración de poblaciones y ecosistemas, garantizando al máximo su permanencia, siendo los senderos nuestras principales herramientas de ordenamiento y sensibilización de los usuarios. Al final, podemos sobrevivir a una perdida masiva de biodiversidad, pero nuestro mundo será infinitamente más pobre y solitario...

Articulo Publicado inicialmente en: Fundación Sendero de Chile

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