El queso y la gestión integral de cuencas en Ayas

Miércoles, 16 Marzo, 2011 - 14:28
Javier Baca

Crónica por Javier Baca

 

Conocer y encontrar los factores de éxito en experiencias de gestión integral de cuencas y microcuencas. Esa es la labor que desde CONDESAN realizamos en el marco del Challenge Program on Water and Food (CPWF) para compartir nuestros descubrimientos con la comunidad que trabaja por el desarrollo sostenible en el mundo.
Hoy estamos en la sierra peruana, a miles de metros de altura, entendiendo cómo el esfuerzo de una comunidad y la gestión inteligente de su microcuenca significan una vida mejor.


Cada año era peor. La tierra se degradaba y necesitaba más dinero para que sus cultivos de papa rindan. Mientras tanto, en el mercado, el precio del producto bajaba. El círculo de pobreza se repetiría irremediablemente para sus hijos, mientras el territorio que habitaban corría el peligro de volverse estéril.


“La agricultura a más de 3,800 metros es muy riesgosa y el precio de la papa muy inestable. Me di cuenta que ya nada podía ser peor cuando tuve que vender un saco de papas de 60 kilos a 2 soles ”, recuerda Don Óscar, miembro de la comunidad de Ayas.

 

Ayas
Llegar a Ayas desde Lima, la capital, toma unas cinco horas en auto. Ubicada a 20 minutos de la ciudad de Tarma, la comunidad se constituyó tras la desaparición de la sociedad agrícola de interés social (SAIS) “Ramón Castilla”, organización creada en la reforma agraria iniciada en 1969 durante la dictadura militar de Velasco Alvarado.

Iniciada con unas 26 familias, Ayas fue agrícola papera, hasta que la realidad relatada por Don Óscar hizo que cambiaran sus prácticas productivas: se volvieron ganaderos. Alpacas, ovinos y vacunos caminaban por las tierras comunales alimentándose del pasto empobrecido de las tierras altas de la comunidad. Tampoco pintaba mejor la cosa. 


A mediados de los noventa, el Programa Nacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de Suelos (ex PRONAMACHCS, ahora Agrorural) en alianza con el Banco Mundial emprendieron un proyecto para gestionar microcuencas de manera integral. El proyecto consideraba la rotación de cultivos, forestación, zanjas de infiltración, zonas de reserva, construcción de reservorios; entre otros componentes.


La microcuenca de Muyllo Muyucro fue una de las seleccionadas para implementar el proyecto, la zona a la que Ayas pertenecía. Lo siguiente que pasó es repetitivo en proyectos de esta naturaleza: la comunidad estaba escéptica y resistente a cambiar formas tradicionales de gestión.


Entonces, ¿por qué estamos a 4,200 metros con el aire enfriando nuestros pulmones y escuchando a Don Fortunato, ex presidente de la comunidad? Porque resultó. Ayas, después de más de diez años de empeño y dedicación en nuevas formas de manejar sus recursos, se ha convertido en un modelo de gestión eficiente del suelo, agua y recursos productivos.

 

Modelo de éxito
Caminamos, luego de que la camioneta nos dejara en medio de explanadas en lo más alto de las tierras de la comunidad, a 4,400 metros aproximadamente. Estamos cerca de un reservorio artesanal  y al espacio de tierras comunales dedicados a la forestación.


“Al comienzo no había acuerdo entre los socios de la comunidad, luego nos concientizaron y nos dimos cuenta que lo primero que teníamos que hacer era trabajar el tema del agua para mejorar los pastos”, cuenta Don Óscar.


Para mejorar la cantidad y calidad de recurso hídrico disponible se construyeron zanjas de infiltración que permiten tener barreras naturales que evitan las escorrentías, se forestó un área de 150 hectáreas con colles y quenuales para mejorar la capacidad de absorción del suelo y se delimitaron áreas donde el pastoreo estaba restringido.


Sin embargo, como bien menciona Óscar, el éxito del proyecto no se inicia con estas medidas para frenar la degradación del territorio y promover su recuperación, sino con un proceso anterior: el convencimiento y el consenso.


“Este proyecto ha funcionado porque nos han escuchado; han hecho lo que necesitábamos y no nos han obligado a hacer nada que no quisiéramos. Por eso seguimos manteniendo nuestros canales, nuestras zanjas”, menciona, a su vez Don Fortunato, ex presidente de la comunidad.


Su liderazgo, importante como factor de éxito del proyecto, logró alinear a los miembros de la comunidad en torno a un objetivo muy obvio: tener una opción distinta para mejorar su calidad de vida. “El problema es que hay algunos que aún no cambian, que dicen: para qué quiero más leche si con lo que tengo me alcanza”, dice preocupado cuando piensa en un futuro con más oportunidades aún.


A partir de ese consenso entre el proyecto y la comunidad, las cosas fluyeron muy bien. La comunidad ha mejorado su captación de agua con lo cual tienen más y mejor recurso en la parte baja. De una captación anterior de 12 litros por segundo en el manante, pasaron a 18 litros por segundo. El riego por aspersión y los pastos mejorados han permitido una mejora en la producción lechera de la comunidad.


Por si fuera poco, venden humus que ellos mismos producen, reforestan a un ritmo de 12 mil plantas por año y han implementado una pequeña fábrica de quesos que venden en Tarma. “Ya no nos damos abasto para atender la demanda”, explica Don Jorge, el responsable de la planta y la producción quesera.


¿Cuál será el futuro? Pues es incierto preverlo. Cuando uno les pregunta a los mayores por los jóvenes de la comunidad, dicen que ellos tienen ya otros intereses. Se van a estudiar a Lima carreras técnicas, muchas de ellas relacionadas a la informática. Lo dicen con cierto desaliento porque no tienen muy claro cómo se va a mantener todo lo que se ha logrado.


“Pero cuando un hijo dice que quiere hacer algo, uno lo tiene que apoyar. Igual hay que valorar porque ser campesino no es menos que nadie, nosotros estamos bien y mejoramos”, dice Óscar con firmeza. Sus hijos trabajan en Gamarra, la zona textilera de Lima.


Ayas es un ejemplo claro de que el diálogo horizontal y la confluencia de apoyo institucional como el de la municipalidad y organismos como el Banco Mundial, la pericia técnica demostrada por el ministerio de Agricultura y del esfuerzo de la comunidad es el punto de partida para asegurar el éxito en la gestión integral de las microcuencas. Al parecer, las palabras siembran procesos armoniosos.

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