Un laboratorio vivo de buena convivencia con la sequía en Brasil
La primera sorpresa al llegar a la finca de Abel Manto es el verde de la vegetación, que contrasta con los alrededores castigados por la escasez de lluvias. Sus frijoles y frutales parecen ignorar la porfiada sequía que soporta el interior semiárido del Nordeste de Brasil, la peor en 50 años.
Una “represa subterránea”, hecha con telas de plástico tendidas bajo suelo para contener el agua, mantiene la tierra húmeda por largo tiempo, permitiéndole sembrar frijoles en unos 1.000 metros cuadrados en plena sequía.
Variadas técnicas de recolección y almacenaje de agua pluvial, como “barreros” (charcos), cisternas, “represitas sucesivas” y “calçadão” (calzada de hormigón), acopian, cuando llueve normalmente, casi 1,9 millones de litros de agua al año, en su propiedad de 10 hectáreas, calculó Manto.
Para beber y cocinar, él, su esposa e hija pequeña consumen 277.000 litros. El resto se destina a pequeños animales domésticos, así como a irrigar huertos y siembras. Pero este año la sequía redujo sus reservas hídricas y le impuso “elegir prioridades”. Manto optó por salvar cultivos que exigen menos agua, como los de maracuyás y sandías.
Otra sorpresa es la cantidad de conocimientos que acumuló Manto, quien se define como “agricultor familiar en transición hacia la agroecología”. A los 40 años de edad se hizo conocido como inventor de soluciones para convivir con las periódicas sequías del Semiárido brasileño.
Su gran éxito es la bomba hidráulica que denominó “Malhação” (gimnasia para cultivar músculos), por ser manual y demandar algún esfuerzo físico. Se trata de un aparato de unos 80 centímetros de altura y componentes baratos, como tubos y botellas de plástico, pelotitas de vidrio e incluso cánulas desechadas de bolígrafos.
Cada uno cuesta solo 116 reales (53 dólares), incluyendo las tuberías para irrigación por goteo, y 70 por ciento más si el usuario prefiere una manivela metálica para operarla con menos esfuerzo. En este último caso pierde hasta 40 por ciento del flujo, que en el modelo común, que bombea por el sube y baja del volante en forma de T, alcanza 1.233 litros por hora.
La presión permite captar el agua a hasta cuatro metros de profundidad y lanzarla a centenares de metros, variando según el declive del terreno. “Un comprador dijo que logró irrigar a 600 metros”, narró Manto.
Este campesino inventor dijo haber vendido más de 2.000 bombas en el Nordeste y algunos a Sudáfrica, empleando en su producción a 15 personas. Hay interesados en Europa, acotó.
Actualmente él trata de adaptar un biodigestor que conoció en India, aprovechando materiales e insumos locales. Ya produce biogás para su fogón, pero sin alcanzar aún la autosuficiencia.
Desde joven, Manto busca hacer más productivo y menos fatigosa la labor campesina. “Me llamaban ‘loco’ o ‘perezoso’, decían que inventaba cosas para no trabajar”, recordó.
Hoy es reconocido por sus innovaciones y por hacer de su finca un laboratorio y un mostrador de tecnologías para el desarrollo de la agricultura familiar en el Semiárido. Las visitas son numerosas y ayudan a diseminar experiencias exitosas.
“Nuestra vida mejoró 100 por ciento”, evaluó su esposa, Jacira de Oliveira, exhibiendo su fogón de llamarada azul y más fuerte cuando consume biogás.
“Hace algunos años me era difícil comprar una bicicleta, incluso a crédito. Ahora tenemos un automóvil y dos motocicletas”, resumió Manto.
Su actividad productiva se basa en datos precisos. La sequía, que ya dura 27 meses, le costó la pérdida de 60 por ciento de sus 147 plantas de frutales de distintas especies, como chirimoyas, naranjas y guayabas. “Sobrevivieron los ejemplares más adultos y de raíces profundas”, explicó.
Para alimentar a sus 38 cabras y ovejas convierte en forraje todo lo que encuentra, incluso especies consideradas hierbas malas. Y conoce sus calidades nutricionales.
La hoja de “catingueira”, un árbol típico del bioma local, la caatinga, tiene 14 por ciento de proteína, lo mismo que el “palo de ratón”. El “mata-pastizal”, matorral odiado por la población local, los aventaja con 20 a 22 por ciento de proteína, comparó Manto.
“Son muchas las especies consideradas dañinas”, cuyo potencial alimenticio se pierde debido a las creencias tradicionales, señaló, mostrando las 11 especies henificadas en la casucha que le sirve de silo.
La vieja cultura traba la innovación y el espíritu emprendedor bajo el argumento de que “mi padre siempre lo hizo así”, lamentó. Incluso en su propia familia hay resistencias entre los siete hermanos que viven en fincas vecinas.
Su esperanza son los niños y niñas. Actualmente imparte educación ambiental a 27 de su comunidad rural. Desea tener su propia escuela para ampliar la iniciativa en un proyecto ecológico que bautizó como “Vida del suelo”.
Ese sueño se le acercó ahora que es un calificado funcionario de la Secretaria Municipal de Desarrollo Económico Social y Medio Ambiente de Riachão do Jacuipe, cuyo titular, Esaú da Silva, un joven de 23 años, identificó en Manto los conocimientos adecuados para desarrollar la agricultura local con una visión ambiental.
El principal problema no es el agua, sino “la falta de asistencia técnica” a los agricultores del municipio, donde 40 por ciento de sus 33.000 habitantes viven en el campo, razonó Silva.
Jacuipe, el riacho local, está muy contaminado, pero es perenne, una ventaja en el Nordeste brasileño donde la mayoría de los ríos se secan en el estiaje. Además, “tenemos muchas presas”, acotó. Difundir la experiencia de Manto resultará en un mejor aprovechamiento de esa agua, concluyó.
Pero el acopio de agua de lluvia es clave para la pequeña agricultura en todo el Semiárido. En Riachão do Jacuipe, en el interior del estado de Bahía, llueve poco, de 590 a 660 milímetros al año como promedio, y en 2012 bajó a 176 milímetros, según Manto.
Los sistemas usados por él son las llamadas tecnologías sociales que promueve hace 14 años la Articulación Semiárido Brasileño (ASA), una red de más de 800 organizaciones. Su primera meta, de diseminar un millón de cisternas de 16.000 litros de agua potable, va por la mitad.
El gobierno brasileño de Dilma Rousseff decidió acelerar y superar la meta, con la distribución de 750.000 cisternas este y el próximo año. Pero optó por la producción industrial, en material plástico, subvirtiendo el programa de ASA.
El nuevo plan oficial sustituyó las tradicionales placas de hormigón, que cuestan la mitad, y excluyó la participación comunitaria en la autoconstrucción, que capacita para el mejor uso y fortalece la economía local y la ciudadanía.
La experiencia de ASA y de Manto constituye también un contrapunto al proyecto de trasvase del río São Francisco, con que el gobierno pretende mejorar el suministro de agua a 12 millones de habitantes del Nordeste.
Ese megaproyecto lleva un atraso de por lo menos cuatro años y su costo ya alcanza el equivalente a 4.000 millones de dólares, casi el doble del presupuesto inicial.
Además, no atenderá a las familias campesinas dispersas del Semiárido, que concentra la pobreza y la mayor vulnerabilidad a las sequías. Es donde las cisternas y los programas sociales del gobierno fueron decisivos para evitar ahora las rebeliones populares que se registraron en sequías anteriores.
Fuente: IPS Noticias
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