“Si hay un bosque que proteger, es el de montaña”
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Nota publicada por Deustche Welle
El cambio climático afecta especialmente al bosque de montaña. Su voz es débil; pero su papel, importante. Por eso le ha dedicado la FAO un informe, cuyo resultado se presentó y sobre el que hablamos con su director.
El 40% del agua que consume la ciudad de Tegucigalpa, en Honduras, proviene del Parque Nacional La Tigra; el 95% de la que abastece a Viena, en Austria, de la región norte de los Alpes. Los bosques de montaña son para el equilibro natural y también para el ser humano más valiosos de lo que muchas veces se les reconoce, indica la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
En este 2011, año dedicado al bosque, el organismo internacional ha elaborado un estudio acerca de la situación de las zonas forestales en las regiones montañosas y de los peligros que las acechan. Su conclusión es que a este ecosistema se le debe otorgar más protagonismo en los acuerdos internacionales sobre el medio ambiente. Ahora que la Conferencia del Clima de la ONU en Durban llegó a su fin, conversamos con Eduardo Rojas Briales, director del departamento Forestal de la FAO.
Deutsche Welle:¿Qué significado especial tienen los bosques de montaña con respecto a otras áreas forestales?
Eduardo Rojas Briales: Los bosques de montaña son claves para la protección del suelo. En las regiones sobre las que se extienden, los fenómenos atmosféricos –las lluvias, las tormentas, etc.- suelen ser más violentos. La erosión es, además, proporcional a la pendiente, y en las zonas montañosas tenemos grandes pendientes.
Si el agua se encuentra con un suelo desnudo, aumenta también el riesgo de inundación en las zonas bajas. Mientras que si existe suficiente cobertura vegetal, esa agua va infiltrándose poco a poco y siendo liberada progresivamente a los ríos. A todo esto es a lo que llamamos la función protectora del bosque de montaña.
Al complejo agua-suelo habría que añadirle la energía hidroeléctrica, que está muy relacionada con accidentes geográficos de este tipo, ya sean los Pirineos, los Alpes o el Himalaya, donde un país como Bután vive prácticamente de la exportación de energía hidroeléctrica. Esto es aún más importante en el contexto actual, cuando nos movemos hacia un mayor uso de las renovables, y la primera energía verde de la que disponemos es la hidroeléctrica.
Por otra parte, la altitud hace que los bosques de montaña sean mucho más ricos en biodiversidad que las zonas llanas.
Y por esos motivos considera la FAO que los bosques de montaña merecen una atención preferente…
Si existe un tipo de bosque al que hay que prestarle cuidados significativos, es al de montaña. Por encontrarse en laderas, resulta más vulnerable. Y a eso se le une el cambio climático que, según las predicciones tendrá en estas zonas, como en las muy bajas, un impacto mucho mayor.
El deshielo de los glaciares y la menor presencia de nieve debido al calentamiento global están provocando un corrimiento de las franjas de vegetación hacia cotas más elevadas. Las montañas son más pequeñas a más altura, lo que significa que el hábitat de muchas especies se irá reduciendo y algunas de ellas podrían perderse.
Además, los árboles no migran. Si un bosque -digamos el abetal en el Pirineo- tiene que subir 200 metros en 100 años, probablemente no lo logre. Y eso es lo que nos preocupa: que el salto climático sea tan grande que perdamos bosque, este ya no pueda realizar su función protectora, y en cambio nos vayamos encontrando con formaciones más secas y de menor valor.
De las selvas tropicales se habla mucho. De los bosques de montaña, menos. ¿Cree que existe conciencia de su importancia?
No. Porque así como las zonas bajas están muy pobladas, las montañas o lo están muy poco, o la población es pobre y sin poder mediático. De ahí que insistamos en poner los problemas de la montaña en la agenda política.
Pero la agenda política está ahora mismo llena de economía, ¿cuánto daño le ha hecho al clima la actual crisis?
Bueno, los países desarrollados han reducido sus emisiones gracias a la crisis, por lo que se da un efecto positivo, aunque no sea el deseable.
El problema de la crisis es la reducción de recursos disponibles para destinar a este tema y sobre todo la disminución de la atención política: en otras condiciones, un encuentro como el que se ha celebrado en Durban no ocuparía un segundo plano en relación con la cumbre europea sobre el euro. Lo que pasa es que los daños del cambio climático están previstos a partir de 2050, y no a partir de la próxima legislatura.
Hasta 2020 asegura la delegación estadounidense presente en Durban que puede esperar la toma de medidas concretas contra el cambio climático, ¿disponen los bosques de montaña de tanto tiempo?
En lo que a la vegetación se refiere –ya sea en las zonas de montaña u otras- no se esperan situaciones realmente críticas antes de 2050. El problema es que, si nos pasamos diez años más vertiendo gases contaminantes al ritmo actual, y sobre todo teniendo en cuenta el incremento de las emisiones en los países emergentes, llegaremos en la segunda mitad de este siglo a unos umbrales muy críticos y entonces la reducción sí que será muy difícil.
Es lo mismo que ha sucedido con la capa de ozono: por medio de una serie de medidas muy acertadas lograron frenarse los daños que se le estaban causando, pero estos todavía tardarán décadas en mitigarse. Es decir, que aunque no actuemos en 2020 la situación no será extremadamente crítica en cuanto a la vegetación, pero habremos perdiendo diez años valiosísimos.
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