Agricultura, la otra pata coja de los páramos
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Aunque estos ecosistemas volvieron a estar en el centro del debate debido al fallo de la Corte que ratificó que toda minería queda restringida, muchos creen que se enfrentan a un desafío mayor: lograr que la actividad agropecuaria disminuya progresivamente.
Con el tiempo, cada vez se ha entendido más cuál es la relación que tienen los páramos y el bienestar humano: ayudan a regular el ciclo hídrico, proveen de agua al 80 % de la población de los países andinos y, según explica el Gran Libro de los Páramos, su vegetación y suelos pueden retener diez veces más la cantidad de carbono que un metro cuadrado de bosque seco tropical. Los páramos son un arma fundamental para mitigar los efectos negativos que trae el cambio climático y por esto, para garantizar ese seguro de vida que se encuentra en ellos, cada vez son más los intentos que se hacen para protegerlos y conservarlos.
Recientemente la Corte aclaró que para garantizar el derecho a un medio ambiente sano, toda actividad minera, sin importar si ya se habían otorgado títulos mineros o no, quedaba prohibida. Sin embargo, a partir de que esta fue una decisión a la luz de la minería, muchos se preguntan aún cuál es la situación frente a otras actividades productivas, como la agricultura y la ganadería.
Según explicó César Rodríguez Garavito, director de Dejusticia, a El Espectador, el último fallo de la Corte, específicamente, no hace ninguna aclaración sobre la agricultura, pues la norma ya había quedado establecida con la ley que expidió el Plan Nacional de Desarrollo del primer mandato Santos, en la que se dice que tanto la minería como la agricultura quedan restringidas en páramo.
Es decir, que mientras la minería debe salir de los páramos de forma inmediata, a la agricultura y la ganadería, por ser actividades que se cruzan con otros derechos e incluso hacen parte de la identidad de los paramunos, se les dio un “ultimátum” para que vayan dejando el páramo. Un reto que tiene mayores desafíos que la minería, pues está rodeado de zonas grises y un gran porcentaje de la población campesina que habita en ellos se beneficia económicamente de estas actividades.
De hecho, según los datos de cobertura de la tierra a escala 1:100.000 realizados por el Ideam en el 2011, el 13 % de la superficie de los complejos de páramos identificados está dedicado a algún tipo de actividad agropecuaria, con 108.667 hectáreas en pastos y 8.264 hectáreas en cultivos transitorios.
Para Luis Germán Naranjo, director de conservación de WWF, esto se debe a que tradicionalmente los páramos han tenido dos actividades productivas: la ganadería y el cultivo de papa, las cuales han empezado a subir a zonas más altas de la montaña debido a ciertos procesos sociales y al mismo cambio climático.
“Históricamente estas actividades se desarrollaron por debajo del nivel de los páramos, pero a medida que las tierras fueron ocupadas por la industrialización de la agricultura en Colombia, los ganaderos empezaron a subir la producción. De igual manera sucedió con los indígenas y los campesinos con minifundios que empezaron a establecer sus áreas de cultivo en zonas más altas”, explica Naranjo.
Por esto, aclara, el escenario es más delicado. “Hay una ocupación campesina tradicional desde hace tiempo y esa situación ancestral no es igual ni comparable con la minería”.
De igual manera opina Robert Hofstede, consultor internacional y asesor científico para el proceso de delimitación de los páramos del Humboldt en la cartografía 1:100.000, quien lleva trabajando por más de veinticinco años con los páramos de Colombia, Ecuador y Perú. “El reto de la minería es más sencillo en el sentido de que es más ‘blanco y negro’. Toda actividad tiene sus impactos negativos en el páramo, pero hay diferencias entre ellos. No se trata de satanizar o santificar a ninguna, pero la agricultura tiene mayor graduación y da más margen de maniobra”, explica el experto.
No en vano el documento Los páramos y su gente: agenda ciudadana para un territorio posible, que escribieron los asistentes al diplomado Páramos y Adaptación al Cambio Climático, organizado por Tropenbos y respaldado por la Universidad Central, en el que participaron paramunos de Chingaza, Guerrero, Sumapaz y Cruz Verde, afirma que uno de los principios para lograr una buena gobernanza parte de “la permanencia de los pobladores del territorio, cumpliendo funciones específicas, en aras de su cuidado y protección, evitando la desarticulación de las comunidades y la pérdida de sus conocimientos construidos en el tiempo”.
¿Cómo hacer esta transición?
Tanto para la prohibición de minería como la de agricultura, una de las pistas que se han dado para saber qué ruta seguir, es establecer la delimitación de páramos a una escala más detallada: la de 1:25.000. Sin embargo, los expertos consultados parecen concordar en que, para la agricultura, el esfuerzo debe ir más allá. Pues una vez esa línea se lleva a la práctica, son muchos otros factores los que la atraviesan.
Por esto, para Marnix Becking, de la subdirección de investigaciones del Instituto Alexander Von Humboldt (IAvH), no se puede ofrecer una sola solución frente a este problema, ya que existe una paleta de opciones para lograr esta transición: la reconversión de sistemas productivos, los incentivos de conservación, el ecoturismos, los pagos por servicios ambientales y las alternativas productivas, entre muchos otros.
“Lo importante es saber que será un proceso de construcción entre los distintos involucrados y los actores sociales. Pero no existe una receta única, se debe tener en cuenta la tipología de páramos, incluyendo los socio-ecosistemas que tienen en cuenta el paisaje transformado por la actividad humana”, explica.
De hecho, aclara, para buscar mejorar la gobernanza en algunos complejos de páramo y generar una visión que permita llegar a acuerdos, el proyecto “Páramos: biodiversidad y recursos hídricos en los Andes del Norte”, financiado por la Unión Europea (UE) y coordinado por el Instituto Alexander von Humboldt, está buscando intervenir siete páramos ubicados entre Colombia, Ecuador y Perú y proponer soluciones de reconversión, conservación y restauración. El 30 % de los páramos en estos tres países está bien conservado, otro 30 % está modificado, mientras un 40 % está totalmente transformado.
Por su parte, Hofstede afirma que ante este dilema no hay una solución fácil, por esto lo más importante es buscar consensos y aliados con las mismas comunidades de páramo. “No estamos hablando de un crimen ambiental. No se está deforestando de forma ilegal o abriendo una mina después de que la ley lo prohibió, por esto se tiene que ver dónde se puede trabajar de la mejor forma”, afirma.
No obstante, para él, hay dos puntos estratégicos que no se deben olvidar. El primero es que las personas que tienen actividades dentro del páramo no se pueden convertir en víctimas de una decisión ambiental, por esto hay que proponerles incentivos y estrategias para que se conviertan en aliados de este proceso. El segundo es que se debe proteger a los campesinos que tienen actividades productivas justo debajo del páramo, sin tocarlo, ya que son quienes tradicionalmente han sido sus principales cuidadores. “Este tipo de usuarios son los mayores aliados y usualmente son campesinos pequeños que tienen agricultura tradicional”.
Estas, entonces, podrían ser unas primeras pistas de qué camino tomar frente a una prohibición que, como bien lo dijo Hofstede, debe ser gradual y “podría tomarnos décadas”.
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