Ecuador esperaba al cambio climático, una erupción volcánica y el Niño, pero le pegó un terremoto
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El 16 de abril, un sismo fuerte sacudió la costa ecuatoriana, destruyó construcciones en varias ciudades y pueblos y segó la vida de centenares de personas. Con esto, Ecuador se sumó a la triste lista de países andinos afectados por desastres similares en los últimos 15 años: Colombia (1999), Perú (2007) y Chile (2010). Este desastre nos tomó completamente por sorpresa; menos mal que fue un sábado a las 7 de la noche cuando la gente está despierta, en sus casas o en la calle y por esto hubo una buena capacidad de reacción rápida. Porque en realidad, no estábamos preparados.
Pero ¿es posible estar preparado para un terremoto? El cambio climático es un factor ambiental reconocido e igual que los otros países. Ecuador ha desarrollado su estrategia para enfrentar a este fenómeno. De igual manera, el sector meteorológico mundial ha advertido desde hace más de un año que el Niño del 2016 sería fuerte y Ecuador, bien o mal, ha desarrollado medidas de preparación. Sobre la preparación de un eventual erupción del Cotopaxi ya escribí antes en este espacio[1]. Pero a cambio de los otros fenómenos naturales, un terremoto viene prácticamente sin anunciar. Así que no es posible estar preparado ¿verdad?
Pues, en realidad hay varias maneras de estar preparados. Primero, la poca predictibilidad de un terremoto es relativa. Desde 1906, han habido 6 terremotos mayores de 7 en la escala Richter en esta zona[2]. Quiere decir que si bien no sabemos cuándo habrá un terremoto, es un hecho de que habrá un terremoto fuerte cada 20 o 30 años. ¿Qué más seguridad necesitamos para prepararnos? Lo que observamos ahora en la costa Ecuatoriana son escenas desoladas: casas colapsadas completamente, falta de alimentos y pueblos inaccesibles por infraestructura caída. Tristemente, parte de estas consecuencias son causadas por la mala calidad de la construcciones y en lugares no apropiados, por la falta de planes de contingencia que pueden ser implementados de inmediato y por la poca conciencia de la población en general de qué hacer ante esta eventualidad. Por esto, a pesar de la rápida movilización de voluntad nacional e internacional de ayuda a las victimas, el país ha sufrido más de lo necesario.
¿Por qué un terremoto se convierte en semejante desastre? ¿Por qué en una región con tan alta frecuencia de sismos, la gente sigue construyendo casas sin técnica antisísmica? ¿Por qué no hay un depósito de emergencia en cada pueblo, con agua, víveres y útiles para ser usado en caso de emergencia? ¿Por qué no hay planes y simulacros para que la población sepa que hacer en caso de terremotos? Pues la respuesta es compleja y tiene aspectos sociales, económicos y políticos. Sin embargo, los denominadores comunes son pobreza, oportunismo y desinformación. Una sociedad que, por muchas razones, vive del día a día, no se da el lujo de pensar en un riesgo que le puede pasar en 20 o 30 años.....hasta que le toma por sorpresa.
Vivimos en los Andes y los mismos fenómenos naturales que nos han brindado este paisaje espectacular y la diversidad natural, también nos causan terremotos, erupciones volcánicas y anomalías climáticas. Hay que aceptar esta realidad. No podemos evitar que los sismos ocurran pero si podemos evitar que sean tan desastrosos. Por eso, las personas que tenemos el lujo de estar mejor informadas y con capacidad de planificar, tenemos la enorme responsabilidad de ayudar a la población más vulnerable a planificar ante estas eventualidades e invertir en precaución.
Frente a semejante desastre, solo me queda expresar mi solidaridad con el pueblo ecuatoriano.
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